Carlo Bottoli, alumno del artista Franco Gentilini, realizó sus estudios, licenciándose en Pintura, en la Academia de Bellas Artes, de Roma. En un principio, su pintura dirige la mirada hacia la vida interior pero, al mismo tiempo, no prescinde del mundo exterior.
La conciencia de sí mismo y de sus emociones se manifiesta en un contexto en el que, rostros plenos de luces y sombras, se funden en un sufrimiento cósmico. Se trata, en efecto, de un pintor por instinto, con un marcado sentido de la armonía del color y las proporciones. Sin embargo, la comunicación entre él y el mundo necesita otros factores que sean capaces de llegar más visualmente, con efectos corpóreos, perceptibles a través del tacto y la vista. Es decir, se advierte la necesidad de proyectar emociones, en el movimiento del color: es el momento en que la pintura se fusiona con la escultura.
Carlo Bottoli ha trabajado tenazmente en la concepción de una técnica artística inédita, acorde con sus propósitos expresivos. Es así como nace una obra que va más allá de la pintura, adquiriendo una ambigüedad perceptiva que se transmite a través de un permanente movimiento en el espacio. El lenguaje propio de la pintura y de la escultura queda anticuado: la liviandad de las obras pictóricas se exterioriza en las formas que presenta el grosor tridimensional de las esculturas.
La tabla de madera, como punto de partida de la obra, simétrica o asimétrica, acoge el lienzo que corresponde a los contornos inferiores, recubierta de plástico que, con la pureza de las líneas y las estructuras de la composición, hace emerger la búsqueda de una “nueva dimensión”. Este desarrollo tridimensional nace, no con técnicas de perspectiva en el color pintado, sino con un sistema particular de lienzos no rectangulares y deformaciones, obtenidos introduciendo un material: el poliestireno expandido (poliespan).
Así, el plástico se extiende y se materializa creando concavidad, convexidad, e intensos y emotivos efectos claroscuros de luces y sombras tornasolados, en armonía con el resplandor exterior. El autor las denomina “esculturas ligeras”, puesto que se pueden colgar en la pared, al modo clásico, pero también caminan por el espacio siguiendo ritmos y barridos propios de la escultura.
Nace, así, una obra que va más allá de la pintura, con la necesidad de proyectar emociones en el movimiento: es el momento en el que la pintura se funde con la escultura, para dotar al color de valor tridimensional.